Largas filas de fieles se congregaron al Santuario Nuestra Señora de Lourdes, en el municipio de 3 de Febrero (Buenos Aires) para recibir a Leda, la curadora rosarina de 44 años que ha llegado a escuchar las oraciones y pedidos de recuperación de las enfermedades.
En medio de una multitud que desborda el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes de Santos Lugares, un niño grita. En el espacio de la Gruta, convertido en altar, de espaldas a él y al más de un millar de afortunados que lograron ocupar ese lugar de privilegio, la sanadora rosarina Leda Bergonzi canta una especie de mantra acompañada por sus músicos, a los que llaman Soplo de Vida. Tiene una bella voz. Una sonrisa de estrella pop. Un carisma que muchas figuras del espectáculo envidiarían. La letra habla de “entrar en la profundidad”. A veces, sus palabras están en un lenguaje incomprensible, “habla en lenguas”, como los Pentecostales. Pronuncia onomatopeyas. Pero el grito del niño perfora su canto. La perturba sin dudas. Entonces cesa su canto. Va hacia él, la rodean sus “servidores”, como llama a sus colaboradores. Tapan al niño y a su madre con varias banderas que muestran a Jesús. Lo que sucede ahí dentro es imposible saberlo. Pero se ve que el niño cayó al suelo. Quizás pase lo mismo que se verá en minutos, cuando se den cuenta que va a ser imposible que todo se lleve a cabo con la prolijidad que lo hace en Rosario, donde juega de local. Es la primera vez de Leda en Buenos Aires. Y su presencia superó todas las expectativas. La sanadora toca la frente de quienes tienen la suerte de llegar hasta ella. Algunos, como el niño, caen al piso. Muchos lloran. Otros, pasan y se van. Pero todos buscan lo mismo: el milagro que mejore sus vidas. Que los cure. Sanar el cuerpo o el alma.
Para muchos -y los mensajes en las redes se multiplican- Leda es sólo una curandera. Se quejan que la Iglesia avale sus condiciones especiales. Quizás, como tantos a lo largo de la historia, sea apenas una mujer común con un don extraordinario. Ello lo halló un día de 2015 mientras caminaba por su ciudad natal, cuando percibió algo profundo al ver el rostro de un hombre apoyado en la ventanilla de un colectivo. Desde muy pequeña recibió una educación religiosa. Iba a misa. De joven, se casó con Fabrizio, tiene cinco hijos y un nieto. Formó una comunidad para cantar, rezar y llevar adelante acciones solidarias. Los “carismas” que recibió cambiaron de raíz su vida. Y todos los martes, en la Catedral de Rosario hace sus “adoraciones”, como denomina a las reuniones que organiza su gente.
Todos los fieles que entrevistó Infobae en Santos Lugares, muchos con serios problemas de salud, o que estuvieron allí por un hijo, una madre o un sobrino, van al médico. Ni a un manosanta, ni a un curandero. Quieren que los cure la ciencia. Y a veces, lo hacen como pueden, porque el sistema de salud no ayuda. Entonces, ¿qué se le podría achacar a Edith, que tiene 64 años, es de Tres de Febrero y espera ver a la sanadora rosarina desde ayer a las cinco de la tarde para que cure sus problemas de cadera? Ppasó la noche a la intemperie sin pegar un ojo, muerta de frío y hambre, hizo una fila que llegó a tener 11 cuadras, y tuvo que hacer otra para usar uno de los tres baños químicos que puso la organización. Eso es la fe.
O Analía, que tiene 44 años y llegó ayer desde Bella Vista en silla de ruedas, con su artritis reumatoidea a cuestas y una montaña de frazadas para soportar el frío. Que va al médico al hospital Zubizarreta y se operó en el Posadas, pero cuando llama para pedir turno con el doctor porque necesita una operación de rodilla (”hace dos meses”) cuenta que le responden que no hay “nada”. Entonces, es lógico que busque por el lado del milagro. “Tengo fe que Leda me saque el dolor que tengo”, dice, sin saber si podrá entrar.
Lo mismo que Sofía, de 17, Facundo, de 16 y con problemas neurológicos, y su padrino Luis, de 59 años, que es ciego. Perdió la vista hace 2 años por la diabetes, y sufrió una sepsis de columna que lo hace caminar con bastón. “Me atiendo en la Fundación Zambrano, pero los turnos médicos están colapsados. Aparte, ahí dijeron que se cayó el convenio que tenían y no me atienden más. Y en el hospital Oftalmológico que José C. Paz, de donde somos, me tengo que operar de córnea hace un año y me dicen que no tienen insumos”. Todo tiene que ver, entonces. Los tres oyeron de Leda por la televisión. Siempre quisieron ir a Rosario pero no pudieron. Están desde ayer a las 15 horas. Quedaron a tres cuadras. Y cuando falta una hora para la misa, todavía están a 100 metros de la entrada. “Escuché casos de sanación y por eso estoy aquí. Por fe”.
Nilda, de 56, está desde ayer junto a su hermana. Vinieron desde Hurlingham a pedir, sobre todo, por su madre, Elsa, que tiene 72, no puede caminar por la rodilla y se cubre como puede para soportar el frío. La mujer se atiende por PAMI, y fue un sobrino, que vive en Avellaneda, quien les sugirió ver a Leda.
En la esquina del Santuario, tres monjas de las Hermanitas de San José cantan. Dos chicas pasan vendiendo tortas a 500 y 800 pesos la porción. El café que se encuentra frente a la iglesia tiene una fila que no rivaliza con la de Leda pero seguro le va a salvar el día. Lo mismo que la santería, que luego promocionará el cura que celebró la misa de Pentecostés antes que Leda, el padre Medardo, al pedir que compren una velita.
Más cerca de la entrada, Margarita, de 62, llegó hoy temprano desde San Isidro, pero hizo la fila que se formó en sentido inverso a la anterior. Ya la conoce a Leda: la vio en Rosario. Llegó junto a su amiga Mabel, de 59, que está en silla de ruedas por su artritis reumatoide desde hace un año. “Hace un año que sigo a Leda por las redes, miro sus vivos. Me re-llegó ella. Pero no puedo ir a Rosario. Y es el Espíritu Santo el que obra por ella”
Muchos saben que no podrán entrar. Se quedan contra la reja, desde donde, con suerte, podrán escuchar a Leda y verla de lejos. Ella no los defraudó: a media tarde, se acercó para saludarlos y recibir sus ruegos. Como los de Ángela, de 58 años, la abuela de Juan Martín, de 9, que tiene autismo, retraso madurativo y aún no habla. Se aferra a la foto del niño, con la esperanza que Leda la toque. Está con Claudio, llegó desde Pilar y cuenta que se casó allí mismo, en Lourdes. “Tenemos mucha angustia. Juan Martín va a una escuela especial, la mamá es maestra y tiene IOMA, así que conseguir turnos se le hace difícil”. Es que todo tiene que ver con todo.
Ya dentro del predio, Jorge, de 36, albañil, atiende a su hijo Joaquín, de 14: con una cánula, drena su flema por un orificio en el cuello. Está junto a su esposa, Liliana y su otra hija, Camila, de 2. Todos abrigadisimos. Joaquín aguarda en una silla de ruedas especial. La familia es de Comodoro Rivadavia, pero desde hace cinco meses habitan en Buenos Aires, gracias a que su obra social, OSECAC, les consiguió un hotel para que el chico se trate del Síndrome de Sanfilippo -una enfermedad degenerativa metabólica- que padece. Hace un mes salió de alta de su internación, pero aún está en tratamiento. Como muchos de los que están acá, conocen a Leda por la tele. Y como todos, le tienen fe.
La promesa
A las 12, Leda llegó al Santuario de Nuestra Señora de Lourdes desde el hotel Conquistador, donde pasó la noche. Le cedieron dos habitaciones. Ella arribó a Buenos Aires con 9 personas desde Rosario. Por la mañana, sólo tomó algo de líquido. Dicen que cuando tiene una jornada de sanación, ayuna. Estaba vestida en forma muy sencilla: un sweater de cuello redondo, dos camperas negras, una sobre otra, jeans y zapatillas blancas. Lució el pelo negro tirante, con dos trenzas que lo sujetaban en la nuca. Luego de la misma, sobre el jean, se puso un pantalón jogging de básquet, blanco con tiras con los colores de Rosario Central, aunque nunca confesó sus preferencias futboleras. Lo primero que hizo fue reunirse con el sacerdote congoleño Medard Kahindo Vyangavo, anfitrión del Santuario. Y permaneció en la Casa Parroquial, orando.
A las 12.46, apareció entre las vallas. La gente quiso abalanzarse sobre ella. Detrás de la Gruta se reunió con los curas de la parroquia, que son de la Congregación Agustinos de la Asunción y comenzaron con la misa de Pentecostés vestidos con la casulla roja como marca la ocasión. En ese momento, Leda tuvo un breve contacto con los medios que llegamos a Santos Lugares: “Nosotros venimos desde hace un tiempo viviendo esta experiencia y seguimos el paso de Dios. Nos quedamos con la necesidad que tenemos de Dios. La gente pide de todo. Desde lo más simple a lo más complejo. Para quienes están viéndolo en su casa también las bendiciones llegarán. Hay mucha gente que se ha sanado haciendo la cola. Los que vienen reciben lo que tienen que recibir, aunque vengan con una foto, Dios se manifiesta igual. Hoy es un día muy importante, donde el Espíritu Santo va a mostrar su poder una vez más.. La gente se llevará eso, el Espíritu Santo. Yo me preparé como todos los días. Vivanlo y cuenten”.
La misa que brindó el padre Medardo (como lo conocen sus fieles) fue como cualquier celebración de Pentecostés. Leda escuchaba dentro de la Gruta (que cumplió 108 años) pero a un costado. Cuando había que sentarse, cerraba los ojos y acompañaba las canciones. El cura congoleño se encargó de afirmar que “Leda es un instrumento de Dios. Es alguien como nosotros. Sin la Eucaristía, no puede hacer nada. Esto no es un show. Es la fe de cada uno”.
Al finalizar la misa, Leda pasó detrás de la Gruta. Allí le llevaron al primer niño para que le hiciera imposición de manos: Mateo, de 8 años, que tiene Síndrome de Down y aún no habla. Su madre, Silvia Ramírez, estaba conmovida. Llegó desde Florencio Varela y logró entrar al predio minutos antes de la misa. Tuvo suerte: un sacerdote la vio muy angustiada y la llevó hasta allí. “Leda lo tocó, me dijo que me quedara tranquila y que estuviera aquí hasta que todo termine. No pensé que la iba a ver”.
A las 14.22, Leda misma anunció que comenzaría en minutos la “adoración”. Antes, recibió a Selva Castillo y su sobrina Antonella, una chica con muchos problemas de visión y cinco operaciones, que llegó desde Formosa para verla. “Tenía un tumor y me empezó a apretar en los ojos”, dice la joven, que hace rato quería encontrarse con Leda.
Después comenzó a cantar, acompañada por guitarras y una batería. En medio del mantra también habla, arroja frases como “entremos en la profundidad”, “eres lo que llegó, eres lo que nunca se va” o “todo espíritu inmundo cambiará”. Propone “que la familia cristiana tenga una experiencia renovada, ustedes son mi familia”. La gente hamacaba sus brazos. Muchos lloraban.
En el final, Leda comenzó a sanar. Con dificultad, se hizo una suerte de corralito, donde las personas, muchos en silla de ruedas, pasaban para que los toque mientras cerraba los ojos y pronunciaba una onomatopeya incomprensible, en voz muy baja. Uno tras otro fueron transitando. En Rosario, con menos gente, la atención es más personalizada, sin dudas.
Antes de comenzar, Leda prometió quedarse “hasta que pase el último de ustedes”. Y allí fueron, como un enorme ejército doliente y esperanzado, un río humano en busca de un milagro que les devuelva la vista, la movilidad y por qué no, la dignidad. En un momento, debió subir a una pared para tranquilizar a una multitud desesperada. Cuando esta nota se publique, Leda continuará en su puesto. Sus manos, hoy, tocaron miles de frentes, hasta la última que alcance a ingresar al Santuario de Nuestra Señora de Lourdes. Fuente: Infobae
Fuente y fotos: Infobae